Thursday, February 11, 2010

¿El ser es, o no es?


Es un tópico de las falsas filosofías suponer que no existe nada permanente ni fijo, ni verdadero, que todo es cambio, movimiento, evolución, mero devenir. Esto es lo que impera en el pensamiento posmoderno, aunque estas mismas teorías son paradójicamente muy antiguas y permanentes a lo largo de la historia. Parece ser, y así lo confirman las ideas siempre viejas de los "progresistas", que no hay nada nuevo bajo el sol ("Nihil sub sole novum" dice el Eclesiastés). Los mismos errores antiguos mil veces combatidos por la sana tradición filosófica son los que se nos presentan como nuevos, aunque cada vez con distintas máscaras y artificios, para seducir a los incautos que sólo ven lo superficial.

Fue Heráclito el que afirmó entre los presocráticos que todo es movimiento y eterno devenir, que todo fluye, como dice en su famosa sentencia (pánta rei). Contra esa idea demostró Aristóteles la existencia del ser permanente, sin por ello caer en el extremo de Parménides de negar el movimiento; afirmó que "también existe lo permanente, lo inmutable, es decir, el acto, el ser real. La negación de todo ser permanente y determinado negaría el devenir mismo, porque devenir sin deviniente, sin portador permanente, mutación sin algo permanente, que pase de una manera de ser a otra, ni si quiera pueden imaginarse. Si todo es únicamente "devenir", nada es, y si nada es, todo es lo mismo, lo verdadero y lo falso, el ser y el no ser, el devenir y el no devenir" (G. Manser sobre Aristóteles en "La esencia del tomismo"). Con esto refutaba Aristóteles el panteísmo del eterno devenir de Heráclito, que vuelve a surgir bajo nuevos ropajes con Hegel, Nietzsche y Bergson, entre otros importantes pensadores modernos.

Nietzsche nos deja en esta edad que llaman "post-moderna" con la idea de un eterno retorno, en el cual la historia sería un círculo vicioso sin sentido, con lo que acontece la llegada del nihilismo. La historia no tiene un sentido para Nietzsche, porque tampoco tiene sentido la vida humana en general, y ésta a su vez no tiene sentido porque no existe la verdad. En "Más allá del bien y del mal", quizá su obra central junto a "Así habló Zaratustra", Nietzsche lleva a cabo la demolición de toda verdad, que para él es sólo un artificio creado por intereses de la clase dominante para conseguir y mantener su dominio. Exactamente lo mismo que sostiene Marx para atacar a la religión y a todo lo que le suene a metafísica o moral. Y en último término, no existe para él la verdad, porque no hay ser, sino mero devenir, y eso es lo que fundamenta su rechazo infundamentado de toda metafísica, que como enseñó Aristóteles tiene por objeto el ser en cuanto ser. En "El ocaso de los ídolos" afirma Nietzsche precisamente: "Pero Heráclito tendrá eternamente razón al sostener que el ser es una ficción vacía".

¿Pueden tener "eternamente" razón los defensores del continuo devenir? Esta es la "eterna" paradója de los negadores de todo ser, de toda verdad y todo orden. Igual sucede con el escepticismo, pues supone una continua contradicción afirmar que no existe la verdad, decir que es verdad que no hay verdad. Y tampoco es posible mantenerse en esa especie de limbo de la "suspensión del juicio"; un hombre que vive sin afirmar ni negar nada es una abstracción imposible. El hombre vive inevitablemente con presupuestos, naturalmente fundados en la realidad (aunque también con otros muchos presupuestos adquiridos que pueden ser muchas veces falsos) y en la vida práctica es inevitable afirmar y negar, hacer y no hacer. Por este motivo, Balmes afirmaba en su "Filosofía fundamental" que la certeza es un hecho, pues antes de reflexionar sobre ella estamos siempre ya ciertos de algo; el sentido común nos pone en contacto con esa realidad, sobre la cual el filósofo no puede saltar. En una famosa anécdota sobre Pirrón de Elis, considerado el fundador del escepticismo griego, se dice que fue perseguido por un perro rabioso y tuvo a bien correr y subirse a un árbol, sin pensar si el perro y el árbol eran reales o ilusorios. Su respuesta a esto fue precisamente que es difícil despojarse completamente de la naturaleza humana. Efectivamente, es imposible despojarse de esa naturaleza dada, y por ello el filósofo no puede olvidarse de la realidad para empezar su filosofía desde la nada, un sistema construido como un castillo en el aire, tal como intentaron hacer los idealistas a partir de Descartes. Balmes fue un ejemplo de eso que Torras i Bages llamó el seny catalán, ese sentido común que es la característica fundamental del pensamiento tradicional catalán, y que en realidad es el rasgo distintivo de toda sana filosofía, desde Aristóteles al propio Balmes, pasando por Santo Tomás de Aquino. Balmes afirmó en la obra citada: "no quiero estar reñido con la naturaleza; si no puedo ser filósofo sin dejar de ser hombre, renuncio a la filosofía y me quedo con la humanidad".

No es posible entonces la afirmación absoluta del devenir, porque además de ir contra los principios fundamentales de la razón, lleva al escepticismo, que es igualmente absurdo e imposible en la vida práctica real. Por eso es necesario también rechazar todo tipo de evolucionismo o progresismo moderno, según los cuales la historia no tiene realmente un sentido pero "avanza" inevitablemente, progresa necesariamente pero sin una finalidad. Esto supone un absurdo que sin embargo ha sido asimilado de forma popular, y que significa que lo nuevo es siempre mejor que lo viejo y que lo que es bueno en una época es malo en otra, cayéndo así en un relativismo histórico. Pero este relativismo contradice la propia idea de progreso, pues todo progreso supone un referente fijo hacia el cual algo progresa, un modelo que mida que algo es mejor respecto a otra cosa, y ese modelo no puede progresar. Esto lo expresa perfectamente Chesterton en "Ortodoxia", donde dice lo siguiente: "Si el modelo cambia ¿cómo podría hablarse de mejoría, que supone siempre un ideal, un modelo?". Y así es, un continuo cambio sin sentido, hablar de una evolución hacia adelante, pero sin decir hacia qué o respecto a qué, es un sinsentido, una tautología vacía que no expresa nada. Pero vemos cómo cualquier absurdo ideológico actual se vende con este tipo de retórica vacía, según la cuál son valiosas unas ideas porque representan un avance, mientras que todo lo antiguo supone un retroceso. El progreso es lo que vale, aunque no se sepa qué significa ni hacia dónde se dirige ese progreso, y de lo que se trata es de romper siempre con toda tradición. Sin embargo, no es posible el progreso sin tradición, pues como hemos dicho, el progreso necesita de un modelo o idea fija hacia el cual dirigirse, ya que no puede concebirse ningún progreso basado en continuas rupturas. La ciencia progresa gracias a los conocimientos acumulados y heredados, que perfeccionándose poco a poco se dirige hacia la verdad en cualquiera de sus ámbitos específicos. Esto es lo que significa precisamente tradición, herencia recibida y donada a las siguientes generaciones, en un verdadero proceso de crecimiento progresivo. Citando a Vázquez de Mella dice Rafael Gambra que "el más tradicionalista no es el que sólo conserva, ni el que además corrige, sino el que añade y acrecienta, porque sigue mejor el ejemplo de los fundadores: producir y prolongar con el esfuerzo de sus obras", y continua él mismo: "en este sentido, tradición y progreso, lejos de oponerse, se identifican; o, más bien, resulta la tradición condición del progreso, y éste, consecuencia de aquel proceso interno" (en "Tradición o mimetismo").

El hombre es siempre un ser tradicional, quiéralo o no, sépalo o no, como también afirmaba Vázquez de Mella, y es eso lo que le pone en contacto con su realidad concreta y su sentido histórico.
La historia sí tiene sentido, y no es un eterno retorno de lo mismo, porque sino no existiría la tradición, que como hemos dicho es acumulación y posibilita el verdadero progreso. Existe el cambio, el devenir, pero ante todo existe el ser, la substancia, que es el sujeto en el cual se da el cambio, y sin el cual no puede pensarse tal cambio, como dijo Aristóteles. Estas substancias están sometidas a la generación y la corrupción, pero existen gracias a que existe el Ser en sí. Todo lo que es movido, es a su vez movido por otro, tal como podemos percibir de manera sensible; y como no es posible remontarnos infinitamente en esas causas de todo movimiento y todo cambio, es necesaro que exista finalmente un Ser origen de todo el movimiento, un motor inmóvil, como también afirmaba Aristóteles. Este Ser es el Ser en sí, el Ser que no es causado por ningún otro sino que es causa eficiente de todo lo demás, de todo lo creado, el Ser necesario que sustenta toda sustancia y también la causa final de todo lo que existe, hacia el cual se dirige todo y por lo cual todo cobra un sentido, tanto la vida individual del hombre como la vida colectiva, social e histórica. Ese Ser, principio y fin de todas las cosas, cuyos trascendentales son la Verdad, el Bien y la Belleza, íntimamente emparentados con él y sin el cual no podrían existir, es al que llamamos Dios.

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