Friday, January 01, 2010

Sobre los Reyes Magos, en "Elena" de Evelyn Waugh

Este texto de Evelyn Waugh es una reflexión de gran valor para estos días, con la que muchos nos podemos sentir identificados; una meditación para todos aquellos que llegaron tarde a postrarse de rodillas ante el Rey nacido en Belén, y para los que aún están por llegar, pero que se dirigen, con paso más o menos incierto, hacia Él.

Para todos nosotros, igual que para los Reyes Magos, también hay una estrella que nos guía en la noche, es la Gracia de Dios. Lo único necesario para aprovecharla es estar atentos y no dejarnos cegar por especulaciones vanas, pues corremos el riesgo de dirigir nuestra mirada hacia el lugar equivocado, dejando escapar al resplandeciente astro para hundirnos en la noche eternamente. Esta "estrella" no se ve con los ojos del cuerpo, sino con los ojos del alma; no nos hacemos dignos de ella levantando torres de Babel, sino por la humildad. Esta humildad es el principio de la sapientia christiana de San Agustín, el requisito moral necesario para llegar a Dios: "(...) he aquí que veo una cosa no hecha para los soberbios ni clara para los pequeños, sino a la entrada baja y en su interior sublime y velada de misterios, y yo no era tal que pudiera entrar por ella o doblar la cerviz..." (Conf. III, 5, 9). El camino empieza con esa puerta pequeña, ante la que es necesario inclinarse para entrar; una vez dentro, sucede con la fe igual que con las vidrieras de una catedral gótica, y lo que parecía descolorido y opaco por fuera, se torna entonces como una fuente maravillosa por la que penetra la luz que baña completamente el majestuoso templo. Esa sapientia o sabiduría comienza entonces a ser fecunda, pues como dijo el profeta Isaías, "nisi credideris, non intelligetis" (Isaías, 7, 9); es necesario creer para entender de verdad.



San Agustín fue otro gran sabio que tardó en llegar al portal de Belén, y que finalmente, por los caminos tortuosos del maniqueísmo, el escepticismo y la especulación platónica, acabó por encontrar el santo lugar y postrarse ante Cristo al lado de los pastores, que desde antes ya estaban allí. Los pastores son un ejemplo de esta humildad y amor a Dios, pues como bien dice Tomás de Kempis, "Todos los hombres, naturalmente, desean saber; mas ¿qué aprovecha la ciencia, sin el temor de Dios? Por cierto, mejor es el rústico humilde que a Dios sirve, que el soberbio filósofo que, dejando de conocerse, considera el curso del cielo" (Imitación de Cristo, I, 2, 1).

San Agustín entendió finalmente, que la especulación de los paganos podía alcanzar a conocer algunas verdades por la razón natural, pero que la especulación para el cristiano no es como ésta una escalada imposible hasta la Verdad absoluta, puesto que la Verdad ha descendido hasta nosotros, y he ahí el mayor misterio de la historia, a donde las especulaciones de los paganos no son capaces de llegar. Dice San Agustín refiriéndose a las obras de los filósofos paganos, especialmente a las de los neoplatónicos que tanto admiró: "Pero que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, no lo leí allí. (...) que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres y reconocido por tal por su modo de ser; y que se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo que Dios le exaltó de entre los muertos y le dio un nombre sobre todo nombre, para que al nombre Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los infiernos y toda lengua confiese que el Señor Jesús está en la gloria de Dios Padre, no lo dicen aquellos libros" (Conf. VII, 9, 14).

Chesterton dijo en El hombre común, obra que marcó de manera especial la conversión de C. S. Lewis, que si tuviera que predicar un sólo sermón, sería sobre el orgullo, pues es el origen de todo mal, desde la primera rebelión de Lucifer, hasta la rebelión de cada hombre actual que pretende transgredir el orden natural y divino. Chesterton acaba diciendo que si pronunciase este sermón, seguramente no le pedirían que pronunciara ninguno más, y quizá sea por eso por lo que en el humilde portal de Belén sólo acompañan al Niño Dios y a la Sagrada Familia unos simples animales de establo y unos sencillos pastores. Sólo unos pocos se postran también actualmente delante del Dios "anonadado" al que se refiere San Agustín, pues en esta época de exaltación del hombre, del orgullo y de tantos "derechos humanos", no parece tener sentido hincar la rodilla junto a unos pastores delante de "tan poca cosa".

Aunque lleguemos un poco tarde, no nos extraviemos por el camino, pues en ese rústico lugar se encuentra la máxima grandeza, el Verbo hecho carne, ante el cual palidecen todas la vanidades humanas, la máxima Verdad y Sabiduría, ante la cual se desvanece la pedantería, que es "la forma más árida del orgullo" dice Chesterton, vicio de los hombres que sin saber reconocer sus límites y sus miserias, creen ser sabios despreciando a Dios. Allí se encuentra Dios hecho hombre, ante el cual se dobla toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los infiernos.

Elena (fragmento del cap. 9) de Evelyn Waugh

(Novela histórica sobre la vida de Santa Elena. El capítulo transcurre en Belén, entre los años 325 o 326. Elena, la vieja —y en la novela, britana vivaz, inteligente e inquieta— madre de Constantino, está en Tierra Santa, empeñada en encontrar las reliquias de la Cruz; se ha convertido al cristianismo no hace mucho, tras un camino difícil y tortuoso)


« Ustedes, —les dijo a los reyes magos— igual que yo, tardaron en llegar... Los pastores, y hasta el ganado, llevaban ya mucho tiempo aquí y se habían unido al coro de ángeles mientras ustedes estaban en camino. Para ustedes se relajó la primordial disciplina de los cielos y brilló entre las desconcertadas estrellas una nueva luz desafiante...

¡Con cuánto trabajo marcharon, haciendo mediciones y cálculos, mientras los pastores corrían descalzos! ¡Qué aspecto más extraño tenían en el camino, atendidos por libreas de tierras extrañas, cargados con regalos absurdos!...

Al cabo llegaron al fin de la peregrinación y la gran estrella se detuvo. ¿Y qué hicieron? Se detuvieron para visitar al rey Herodes. En ese fatal intercambio de cumplidos empezó aquella guerra no terminada del populacho y de los magistrados contra el inocente...

A pesar de todo, llegaron, y no fueron rechazados. También ustedes encontraron sitio ante el pesebre. Los regalos no eran necesarios, pero fueron aceptados y dispuestos cuidadosamente, porque habían sido traídos con amor. En aquel nuevo orden de caridad que acababa de surgir a la vida, también para ustedes hubo un lugar. A los ojos de la sagrada familia, ustedes no fueron menos que el buey o el asno...

Ustedes son mis patronos especiales, y los patronos de todos los que llegan tarde, de todos los que han tenido que hacer un tedioso viaje para llegar a la verdad, de todos los confundidos con el conocimiento y la especulación, de todos los que a través de la cortesía comparten la culpa, de todos los que están en peligro a causa de sus propios talentos...

Recen por mí, primos míos, y por mi pobre hijo sobrecargado; que también él encuentre antes del fin sitio para arrodillarse en la paja. Recen por los grandes, para que no mueran del todo. Y recen por Lactancio, y Marcias, y los jóvenes poetas de Tréveris, y por las almas de mis salvajes y ciegos antecesores; y por su astuto adversario Ulises, y por el gran Longino... Por Él, que no rechazó los regalos extravangantes, recen siempre por los hombres cultos, retorcidos y frágiles. ¡Que no se les olvide del todo en el trono de Dios cuando los simples entren en su reino! »

Tomado de la selección de textos de Hernán J. González

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