Saturday, January 21, 2006

Martin Heidegger

Martin Heidegger
el último filósofo romántico


Heidegger ha sido uno de los filósofos más influyentes del siglo XX, por no decir el más importante. Un gran filósofo español como el recién fallecido Julián Marías habló de él como "el más importante de los filósofos alemanes de la actualidad, y para encontrarle una figura comparable tendríamos que acudir a los grandes clásicos de la filosofía alemana". Su filosofía es muy compleja, tanto por su profundidad como por su precisión y minuciosidad en el uso del lenguaje, que además supone un problema importante a la hora de ser traducido.
Su pensamiento gira entorno a la pregunta más radical que se puede hacer: ¿qué es el Ser? De aquí se deriva una ontología fundamental, que trata de escudriñar desde una perspectiva existencialista y con influencia escolástica la verdad del Ser. Y la verdad del Ser, sólo puede ser comprendida mediante la interpretación o hermenéutica, método que hereda y reinterpreta a partir de Dilthey. Desde este punto central, la filosofía de Heidegger trata también, entre otras cosas, sobre la autenticidad del hombre, su arraigo cultural y nacional, así como su compleja relación con la técnica, o la función del lenguaje y de la poesía en la comprensión del ser. Igual que los grandes filósofos como Platón o Kant, Heidegger ha marcado el posterior devenir de la filosofía occidental e incluso oriental, contando entre sus discipulos a los filósofos de la importante escuela de Kioto.

Martin Heidegger nació el 26 de Septiembre de 1889 en la pequeña aldea de Messkirch (Alemania), cerca de la frontera suiza, aunque vivió casi toda su vida en la Selva Negra. Sus padres eran campesinos y él siempre conservó ese carácter de hombre rústico y sencillo, pese a tener una intelegencia y una agudeza mental fuera de lo normal. De pequeño fue monaguillo e incluso pensó en ser sacerdote, lo que le llevó a empezar los estudios de teología en la Universidad de Friburgo. Tuvo especial interés por la dogmática, y puede decirse que esta formación teológica inicial fue fundamental para su posterior desarrollo filosófico, recibiendo una especial influencia de San Agustín, sobre todo por su concepción existencial del tiempo. También serían para él muy queridos e importantes algunos místicos como el Maestro Eckhart. Pero de la teología pasó a la carrera de matemáticas, aunque no le entusiasmó demasiado y decidió estudiar filosofía finalmente. Fue entonces cuando conoció a Edmund Husserl, fundador de la fenomenología, cuya influencia fue decisiva en él. La tesis doctoral la hará de Duns Escoto, siguiendo con su predilección por la escolástica medieval. No obstante, durante un tiempo militará en un movimiento de juventud católica llamado Gralsbund, que destacaban por su antimodernismo y su fiel defensa de la Tradición frente a las nuevas tendencias que crecían dentro de la Iglesia y que culminarían en gran parte en el Concilio Vaticano II. La influencia esencial para Heidegger fue su maestro Carl Braig, teólogo antimodernista, que escribió el Comdendio del Ser, obra que le marcaría profundamente.

La Primera Guerra Mundial le lleva a un destino militar como meteorólogo del ejército, y como a todos los alemanes que luchan en ella le marca profundamente. Aunque su puesto no es especialmente peligroso, se implica en la empresa nacional y experimenta la camaradería con sus compatriotas. Tras la guerra se casa con Elfried, quien será su esposa hasta el fin de sus días. Juntos se trasladan a Marburgo, donde Heidegger ejercerá de profesor adjunto. Desde allí viaja siempre que puede a la Selva Negra, su querida tierra natal, y a cuyo paisaje, gentes y costumbres se sentía profundamente arraigado. En su pequeña cabaña de Todtnauberg, donde escribirá su obra más importante (Sein und Zeit. Ser y Tiempo), se dedicará también a trabajos manuales, y quienes lo conocieron aseguran que en este ambiente se sentía plenamente integrado; cortaba y recogía leña, vestía trajes campesinos típicos, paseaba por el bosque y hablaba como un típico campesino de la Selva Negra. Su defensa del arraigo del hombre es una de las constantes de su pensamiento, lo que unido a su profunda estima por el campesinado le hace un defensor del Blut und Boden (sangre y tierra) de Walter Darré. Desde esta perspectiva plantéa también el problema de la técnica, que de una manera genial trata en una conferencia titulada Gelassenheit (podría traducirse como serenidad o abandono), pronunciada ya después de la Segunda Guerra Mundial.

Para Heidegger el campesino arraigado en la tierra tiene un conocimiento superior al hombre racionalista e inmerso en el mundo tecnológico, y distingue dos formas de pensamiento: el pensar meditativo y el pensar calculador. Este último podría decirse que caracteriza la era de la tecnología, que llega a convertirse en ideología y transforma al hombre en un máquina que sólo sabe cuantificar y producir. El pensar meditativo, que aquí es atribuído de forma perfecta a la sabiduría de los campesinos y hombres sencillos del campo, podría decirse que es explicado poética pero profundamente en un bellísimo texto titulado Der Felweg (El sendero del campo), que reproducimos íntegro aquí.

Otra figura con la que se equipara el filósofo es con el poeta, como dice Heidegger en la famosa frase del principio de la Carta sobre el Humanismo: "El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada.". El filósofo tiene que descubrir el Ser, pero como es algo que no puede abarcar sin restarle algo o convertirlo en un ente, por ejemplo diciendo: el ser es tal cosa... El Ser no puede ser algo, sino que Es antes que cualquier otra cosa. Del ser solo puede hacerse una hermeneútica, por la cual la verdad del Ser llegue al lenguaje, y esa esa lo que deben hacer de modos parecidos la poesía y la filosofía. Heidegger se sentirá especialmente influído por Friedrich Hölderlin, que considera el poeta de la poesía, que poetiza sobre la propia poesía. Sobre él escribe obras como Hölderlin y a esencia de la poesía o El cielo y la tierra de Hölderlin.

Como conclusión podríamos decir que Heidegger ha revolucionado el panoráma filosófico del siglo XX, y además ha sido a la vez el último filósofo romántico, el último gran metafísico, que quiso penetrar en el ámbito previo a toda experiencia, que es el Ser, indagando en lo cotidiano, pues lo más lejano es siempre lo más cercano y aquello que se nos escapa. En el ámbito del arraigo es donde germina la flor del pensamiento y el misterio de la existencia ha de escudriñarse como el campesino escudriña la naturaleza, misteriosa en su acontecer, grandiosa, bella, temible y dura.


Los dos textos que siguen puede que no sean los mejores para introducirse sistemáticamente en la filosofía de Heidegger, pero sí que son muy valiosos en cuanto que no son demasiado complejos, son cortos y su estilo es bellamente poético. No habla de proposiciones ni de deducciones lógicas, sino que se demora en lo más cercano, busca en la ensencia de lo más sencillo y cotidiano la Verdad del Ser, en el tranquilo acontecer de la caída de la tarde en un pueblo de la Selva Negra, lejos del mundo tecnológico del artificio, que recubre como un caparazon de hierro la autenticidad de la vida del hombre, que es bajo el cielo y sobre la tierra, que es en comunión con el paso del día y la noche o con las distintas estaciones. Habla tambíen del arraigo y de la relación del hombre con la técnica, como expone en "Serenidad".

Si os fijáis podréis ver que he añadido el link a la página de "Martin Heidegger en castellano", que dispone de estos y otros muchos textos íntegros, así como estudios, enlaces, etc... Página con muy buena documentación.




EL SENDERO DEL CAMPO (Der Felweg)
Martin Heidegger


Corre desde el portón del jardín hacia el Ehnried. Los viejos tilos del parque del castillo lo siguen con su mirada por encima de la muralla, ya cuando reluce claro hacia Pascuas entre los sembrados nacientes y los prados que despiertan, ya cuando se pierde, hacia Navidad, detrás de la colina cercana, bajo las nevadas. Al llegar al crucifijo campestre dobla hacia el bosque. Al bordearlo saluda al roble alto a cuyo pie hay un banco de rústica carpintería.
Sobre él había, a veces, algún escrito de grandes pensadores que una joven inhabilidad trataba de descifrar. Cuando los enigmas se agolpaban sin salida el sendero del campo ayudaba, pues guiaba serenamente el pie en lo sinuoso, a través de la amplitud de la sobria campiña.
De vez en cuando el pensamiento vuelve a aquellos escritos - o hace sus propias tentativas- y retoma la huella que el sendero traza a través de los campos.
Éste queda tan próximo del paso del que piensa como del paso del campesino que en la madrugada sale a guadañar.
Frecuentemente -con los años, el roble del camino induce al recuerdo de los juegos primeros y del primer elegir. Cuando -a veces caía bajo los golpes del hacha un roble en medio del bosque, el padre se apuraba a buscar a través de la foresta y los soleados claros, la madera que se le había asignado para su taller. Allí operaba lenta y cuidadosamente en las pausas de su trabajo, al ritmo del reloj de la torre y de las campanas, pues ambos sostienen su propia relación con el tiempo y la temporalidad.
De la corteza del roble cortaban los niños sus barcos que, provistos de remo y timón, navegaban en el arroyo Mettenbach o en la fuente Schulbrunnen. En los juegos, los viajes a través del mundo llegaban todavía fácilmente a su meta y lograban encontrar de vuelta las costas. La ensoñación de aquellos viajes permanecía envuelta en un brillo entonces todavía apenas visible, pero que existía sobre todas las cosas. ojo y mano de la madre delimitaban su reino. Era como si su tácito cuidado abrigara toda esencia.
Aquellos viajes del juego no sabían aún de las travesías en las cuales toda orilla queda atrás. Pero, en cambio, la dureza, y el perfume de la madera del roble empezaban a hablar más perceptiblemente de la lentitud y constancia con las cuales crece el árbol. El roble mismo decía que sólo en tal crecimiento está fundamentado lo que perdura Y fructifica: que crecer significa abrirse a la amplitud del cielo y -al mismo tiempo- estar arraigado en la oscuridad de la tierra, que todo lo sólidamente acabado prospera sólo cuando el hombre es de igual manera ambas cosas: dispuesto a la exigencia del cielo supremo y amparado en la protección de la tierra sustentadora.
Eso es lo que sigue diciéndole el roble al sendero que pasa con seguridad a su lado. El camino recoge todo lo que tiene sustancia en su entorno y le aporta la suya a quien lo recorra. Los mismos sembrados y ondulaciones de la pradera acompañan al sendero en cada estación en una siempre cambiante vecindad. Sea que las montañas de los Alpes se sumerjan en el crepúsculo sobre los árboles; sea que -donde el sendero salta sobre la ondulación de la colina- ascienda la alondra en la mañana estival; sea que el viento del Este llegue atormentado desde la región donde está la aldea natal de la madre; sea que un leñador cargue al anochecer, rumbo a la cocina del hogar, su haz de leña; sea que regrese el carro de la cosecha balanceándose en los surcos del camino; sea que los niños recojan al borde del prado las primeras flores de primavera; sea que la niebla mueva sobre la campiña durante días su lobreguez y su peso: siempre y en todas partes rodea al camino del campo el consejo alentador de lo mismo:
Lo sencillo conserva el enigma de lo perenne y de lo grande. Sin intermediarios y repentinamente penetra en el hombre y requiere, sin embargo, una larga maduración. Oculta su bendición en lo inaparente de lo siempre mismo. La amplitud de todas las cosas crecidas, que permanecen junto al sendero nos otorga mundo. En lo tácito de su lenguaje, Dios es recién Dios, como lo señala Meister Eckhardt, ese viejo maestro de la vida y de los libros.
Pero el consejo alentador del camino del campo habla solamente mientras haya hombres que, nacidos en su ámbito, puedan oírlo. Ellos son siervos de su origen pero no sirvientes de maquinaciones.
Cuando el hombre no está en el orden del buen consejo del camino del campo, trata en vano de ordenar el globo terráqueo con sus planes. Amenaza el peligro que los hombres de hoy permanezcan sordos a su lenguaje. A sus oídos llega sólo el ruido de los aparatos que toman por la voz de Dios. El hombre deviene así distraído y sin camino. Al distraído lo sencillo le parece uniforme. Lo uniforme harta. Los hastiados encuentran solo lo indistinto. Lo sencillo escapó. Su quieta fuerza está agotada.
Disminuye rápidamente, por cierto, el número de aquellos que conocen todavía lo sencillo como su propiedad adquirida. Pero los pocos serán en todas partes los que permanecerán. Gracias a la suave fuerza del sendero del campo, podrán alguna vez perdurar frente a las fuerzas colosales de la energía atómica, artificio del cálculo humano y atadura de su propia acción.
El buen consejo del sendero del campo despierta un sentido que ama lo libre y que trasciende, en el lugar adecuado, la turbia melancolía hacia una ultima serenidad. Combate la necedad del mero trabajar que efectuado sólo porque sí, fomenta únicamente la inanidad.
En el aire del sendero del campo, que cambia según la estación, prospera la sabia serenidad, cuyo aspecto parece a veces melancólico.
Este saber amable es la serenidad campesina[i]. No la adquiere quien no la posea. Los que la poseen, la tienen del sendero del campo. Sobre su senda se encuentran la tormenta invernal y el día de la cosecha; el ágil estremecimiento de la primavera y el calmo morir del otoño; se contemplan mutuamente el juego de la juventud y la sabiduría de la vejez. Pero en una sola consonancia, cuyo eco el sendero del campo lleva y trae silenciosamente consigo, todo queda armonizado.
La sabia serenidad es un portal hacia lo eterno. Su puerta gira en goznes que han sido alguna vez forjados de los enigmas de la existencia por un herrero conocedor.
Desde el Ehnried regresa el sendero al portón del jardín. Pasando por la última colina, su estrecha cinta conduce por una llana hondonada hasta la muralla de la ciudad. Brilla opaco en el resplandor de las estrellas. Detrás del castillo se eleva la torre de la iglesia de San Martín. Lentamente, casi con retardo, resuenan once campanadas en la noche. La vieja campana cuyas sogas frecuentemente frotaron manos de niño hasta calentarse, tiembla bajo los golpes del martillo de las horas, cuya cara sombría-graciosa nadie olvida.
El silencio se vuelve aún más silencioso con la última campanada. Alcanza a aquellos que en dos guerras mundiales fueron sacrificados antes de tiempo. Lo sencillo se ha vuelto aún más sencillo. Lo siempre mismo extraña y libera. El consejo alentador del sendero del campo es ahora muy claro.
¿Habla el alma? ¿Habla el mundo? ¿Habla Dios?
Todo habla de la renuncia en lo mismo Esta renuncia no quita. La renuncia da. Da la inagotable fuerza de lo sencillo. Ese buen consejo hace morar en un largo origen.

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[i] Das Kuinzige, palabra dialectal campesina que indica astucia o serenidad, provenientes de la sabiduría receptiva y observadora del campesino.




SERENIDAD (Gelassenheit)
Martin Heidegger
(Fragmento)


La creciente falta de pensamiento reside así en un proceso que consume la médula misma del hombre contemporáneo: su huida ante el pensar. Esta huida ante el pensar es la razón de la falta de pensamiento. Esta huida ante el pensar va a la par del hecho de que el hombre no la quiere ver ni admitir. El hombre de hoy negará incluso rotundamente esta huida ante el pensar. Afirmará lo contrario. Dirá - y esto con todo derecho - que nunca en ningún momento se han realizado planes tan vastos, estudios tan variados, investigaciones tan apasionadas como hoy en día. Ciertamente. Este esfuerzo de sagacidad y deliberación tiene su utilidad, y grande. Un pensar de este tipo es imprescindible. Pero también sigue siendo cierto que éste es un pensar de tipo peculiar.
Su peculiaridad consiste en que cuando planificamos, investigamos, organizamos una empresa, contamos ya siempre con circunstancias dadas. Las tomamos en cuenta con la calculada intención de unas finalidades determinadas. Contamos de antemano con determinados resultados. Este cálculo caracteriza a todo pensar planificador e investigador. Semejante pensar sigue siendo cálculo aun cuando no opere con números ni ponga en movimiento máquinas de sumar ni calculadoras electrónicas. El pensamiento que cuenta, calcula; calcula posibilidades continuamente nuevas, con perspectivas cada vez más ricas y a la vez más económicas. El pensamiento calculador corre de una suerte a la siguiente, sin detenerse nunca ni pararse a meditar. El pensar calculador no es un pensar meditativo; no es un pensar que piense en pos del sentido que impera en todo cuanto es.
Hay así dos tipos de pensar, cada uno de los cuales es, a su vez y a su manera, justificado y necesario: el pensar calculador y la reflexión meditativa.
Es a esta última a la que nos referimos cuando decimos que el hombre de hoy huye ante el pensar. De todos modos, se replica, la mera reflexión no se percata de que está en las nubes, por encima de la realidad. Pierde pie. No tiene utilidad para acometer los asuntos corrientes. No aporta beneficio a las realizaciones de orden práctico.
Y, se añade finalmente, la mera reflexión, la meditación perseverante, es demasiado «elevada» para el entendimiento común. De esta evasiva sólo es cierto que el pensar meditativo se da tan poco espontáneamente como el pensar calculador. El pensar meditativo exige a veces un esfuerzo superior. Exige un largo entrenamiento. Requiere cuidados aún más delicados que cualquier otro oficio auténtico. Pero también, como el campesino, debe saber esperar a que brote la semilla y llegue a madurar.
Por otra parte, cada uno de nosotros puede, a su modo y dentro de sus límites, seguir los caminos de la reflexión. ¿Por qué? Porque el hombre es el ser pensante, esto es, meditante. Así que no necesitamos de ningún modo una reflexión «elevada». Es suficiente que nos demoremos junto a lo próximo y que meditemos acerca de lo más próximo: acerca de lo que concierne a cada uno de nosotros aquí y ahora; aquí: en este rincón de la tierra natal; ahora: en la hora presente del acontecer mundial.
En el caso de que nos hallemos dispuestos a meditar, ¿qué es lo que nos sugiere esta celebración? Observaremos entonces que en este caso ha florecido una obra de arte de la tierra natal. Si reflexionamos sobre este simple hecho, pararemos mientes de inmediato en el hecho de que la tierra suaba ha dado a luz grandes poetas y pensadores durante el siglo pasado y el anterior. Pensándolo bien, se ve enseguida que la Alemania Central también ha sido en este sentido una tierra fértil, lo mismo que la Prusia Oriental, Silesia y Bohemia.
Nos tornamos pensativos y preguntamos: ¿no depende el florecimiento de una obra cabal del arraigo a un suelo natal? Johann Peter Hebel escribió una vez: «Somos plantas - nos guste o no admitirlo - que deben salir con las raíces de la tierra para poder florecer en el éter y dar fruto.» (Obras, ed. Altwegg, III, 314).
El poeta quiere decir: para que florezca verdaderamente alegre y saludable la obra humana, el hombre debe poderse elevar desde la profundidad de la tierra natal al éter. Éter significa aquí: el aire libre del cielo alto, la abierta región del espíritu.
Nos volvemos aún más pensativos y preguntamos: ¿qué hay, hoy en día, de esto que dice Johann Peter Hebel? ¿Se da todavía ese apacible habitar del hombre entre cielo y tierra? ¿Aún prevalece el espíritu meditativo en el país? ¿Hay todavía tierra natal de fecundas raíces sobre cuyo suelo pueda el hombre asentarse y tener así arraigo?
Muchos alemanes han perdido su tierra natal, tuvieron que abandonar sus pueblos y ciudades, expulsados del suelo natal. Otros muchos, cuya tierra natal les fue salvada, emigraron sin embargo y fueron atrapados en el ajetreo de las grandes ciudades, obligados a establecerse en el desierto de los barrios industriales. Se volvieron extraños a la vieja tierra natal. ¿Y los que permanecieron en ella? En muchos aspectos están aún más desarraigados que los exiliados. Cada día, a todas horas están hechizados por la radio y la televisión. Semana tras semana las películas los arrebatan a ámbitos insólitos para el común sentir, pero que con frecuencia son bien ordinarios y simulan un mundo que no es mundo alguno. En todas partes están a mano las revistas ilustradas. Todo esto con que los modernos instrumentos técnicos de información estimulan, asaltan y agitan hora tras hora al hombre - todo esto le resulta hoy más próximo que el propio campo en torno al caserío; más próximo que el cielo sobre la tierra; más próximo que el paso, hora tras hora, del día a la noche; más próximo que la usanza y las costumbres del pueblo; más próximo que la tradición del mundo en que ha nacido.



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