Thursday, May 19, 2005

Enrique Gil y Carrasco, un romántico del Bierzo



Enrique Gil y Carrasco fue un gran escritor romántico español, nacido en Villafranca del Bierzo. Se hizo célebre en su época por sus poemas; el primero de ellos, "Una gota de rocío", fue leído en público por su amigo Espronceda, a raíz de lo cual empezaría a ser un reconocido poeta romántico. Pero hubo otro género que estaba en auge en esa época y en el cual Gil y Carrasco destacó también, aunque hoy no sea su faceta más famosa, como tampoco lo es la de poeta; nos estamos refiriendo a los artículos costumbristas, entre los que destacan la leyenda popular de "El lago de Carucedo" u otros como "Los montañes de León", todos ellos muestra de su amor por la tradición y cultura popular de su región natal, el Bierzo. Pero todo lo dicho queda hoy eclipsado ante su gran obra, "El señor de Bembibre", reconocida como tal ya después de su muerte, siendo una pieza importantísima en el género romántico de novelas de caballería, que experimentan un resurgir durante el siglo XIX.
En toda su obra se desprende un apasionamiento profundo, una belleza melancólica e interiorista genial, una exaltación de los valores cristianos y caballerescos, influencia de Chateaubriand y su gran obra "El genio del cristianismo" donde se hace una apología de las virtudes morales y artísticas del catolicismo, y por último su obra transpira un amor y sensibilidad hacia la naturaleza típica del romanticismo, recreándose en los paisajes pátrios.

No dejéis de visitar la página web dedicada a Enrique Gil y Carrasco, de donde he extraído la imágen y las poesías. http://perso.wanadoo.es/jlpv/




Selección poética

Una gota de rocío

Gota de humilde rocío
delicada,
sobre las aguas del río
columpiada.
La brisa de la mañana
blandamente,
como lágrima temprana
transparente,
mece tu bello arrebol
vaporoso
ente los rayos del sol
cariñoso.
¿Eres, di, rico diamante
del Golconda
que en cabellera flotante
dulce y blonda
trajo una Sílfide indiana
por la noche,
y colgó en hoja liviana
como un broche?
¿Eres lágrima perdida
que mujer
olvidada y abatida
vertió ayer?
¿Eres alma de algún niño
que murió
y que el materno cariño
demandó?
¿O el gemido de expirante
juventud
que traga pura y radiante
el ataúd?
¿Eres tímida plegaria
que alzó al viento
una virgen solitaria
en un convento?
¿O de amarga despedida
el triste adiós,
lazo de un alma partida,
¡ay!, entre dos?
Quizá tu frágil belleza,
quizá tus dulces colores,
tus cambiantes y pureza,
y tu esbelta gentileza,
tus fantásticos albores,
son imágenes risueñas
de contento y de ventura,
son citas de una hermosura,
son las tintas halagüeñas
de alguna mañana pura.
Que acaso bella te alzaste
entre el cantar de las aves
y magnífica ostentaste
tu púrpura y oro suaves,
y con ellos te ensalzaste;
que acaso en cuna de flores
viste la lumbre de día,
y blando soplo de amores
te llevó una noche umbría
en sus alas de colores.
Y en la rama sus pendida
de un almendro floreciente
oíste trova perdida,
en el perfumado ambiente
por los ecos repetida.
Ruiseñor enamorado
cantaba encima de ti,
y junto al tronco arrugado
oíste un beso robado
a unos labios de rubí.
Misterios y colores y armonías
encierras en tu seno, dulce ser,
vago reflejo de las glorias mías,
tímida perla que naciste ayer.
Pero es tan frágil tu existencia hermosa
y tu espléndida gala tan fugaz
que es un vapor tu púrpura vistosa
que quiebra el ala de un insecto audaz.
Mañana ¿qué será de tus encantos,
de tus bellos matices, pobre flor?
No habrá pesares para ti, ni llantos,
ni más recuerdo que mi triste amor.
Si tu vida fue un soplo de ventura,
si reflejaste el celestial azul,
no caigas, no, sobre esta tierra impura
desde tu verde tronco de abedul.
Pídele al sol que con su rayo ardiente
disipe por los aires tu vivir
o a un pájaro de pluma reluciente
que recoja en su pico tu zafir.
Que no naciste tú para este suelo,
para trocar en lodo tu beldad;
tú, más baja que espíritu del cielo,
más alta que la humana vanidad.
Quédate ahí pendiente de tu rama
cual blanco mensajero de oración,
que sólo verte la esperanza inflama
y alienta al quebrantado corazón.
Quizá al pasar un ángel solitario
te cubrirá con su ala virginal…
Si caes envolverá frío sudario
tu forma vaporosa y celestial.



La campana de la oración


Trémulo son
vibra en el viento…
¿Es el acento
de la oración?
¿Es que suspira
la brisa pura,
que se retira
por la espesura?
¿Es que cantan las aves a lo lejos
con voz sentida al apagado sol,
bañadas en los últimos reflejos
de su encendido y bello tornasol?
¿Es el blando ruido de las alas
de los genios del día y de la luz,
que van a desplegar sus ricas galas
a otro país de gloria y juventud?
¿Es la voz destemplada del torrente,
que trueca su mugido bramador
en un himno dulcísimo y doliente,
himno de paz, de religión, de amor?
No, que esa voz misteriosa,
como el crepúsculo vaga,
cual la niebla vaporosa,
solitaria y melodiosa,
como la voz de una maga;
Es más que el leve murmullo
del aura que se despide
y besa el tierno capullo
y un instante , más le pide
con melancólico arrullo.
Es más que el triste cantar
de los pájaros pintados,
que contemplan admirados
nube rojiza empañar
del sol los rayos dorados.
Es más que la voz sonora
que es escapa del torrente
y en himno tímido llora
el muerto sol de occidente,
y aguarda el sol de la aurora.
Es más blanda y delicada
que la confusa armonía
del ala tornasolada
del espíritu del día,
en los aires agitada;
Que es la voz de la campana,
voz de la alegría y tristeza,
de alegría en la mañana,
triste en la noche cercana,
sepulcro de la belleza.
Voz que dulce y apagada
en la oscuridad solloza,
O que rica y acerada
corre los vientos alada
y entre misterios se goza;
Que tal vez recuerda el alma
despertada por su son
horas de plácida calma,
en que, solitaria palma,
florecida el corazón.
Y entonces las oraciones
de la infancia bulliciosa
pasan en blanca visiones
cual aéreas ilusiones,
por el alma pesarosa.
Y las dulces confianzas
de solícita amistad,
las doradas esperanzas,
abandono y bien-andanzas
de la venturosa edad.
Y las pláticas de amor
entre flores y verdura,
que cantaba el ruiseñor
y embellecía el pudor
de conturbada hermosura.
Todo en los ecos se mece
del misteriosos metal,
pero confuso aparece
y sin contornos se ofrece
como vapor matinal.
Que son harto delicados
Aquellos suaves placeres
en que yacen apiñados
ensueños idolatrados
con semblante de mujeres.
Porque en otro pensamiento
se miran sobrenadar,
y siguen su movimiento,
cual marchan al sol den viento,
las escuadras por el mar.
Pensamiento, sí, infinito,
que vaga por el espacio,
pensamiento de proscripto,
en las cabañas escrito,
y en la frente del palacio.
Las músicas de la vida,
el silencio del no ser,
y la amarga despedida,
y la queja dolorida
de las hojas al caer.
La idea consoladora
de otro mundo de virtud,
y la madre que nos llora
y que, aún muertos, nos adora
contemplando el ataúd.
La imagen de la doncella
que su fe nos dio al pasar,
y que tal vez nuestra huella
busca en moribunda estrella
con distraído pensar;
Y el ánima desatada
que va a llamar congojosa
a la puerta nacarada
de la mansión perfumada,
donde el querubín reposa;
Y Dios y la majestad,
y el son de las arpas de oro
en la mística Ciudad,
y aquel inefable coro
por toda una eternidad!!
Ideas son que oscurecen
las memorias infantiles,
y ante quienes desaparecen
y en humo se desvanecen
los delirios juveniles.
Encumbrada en gigante campanario,
desde allí enseñorea al huracán,
soberana de un mundo solitario
de grave y melancólico ademán.
¿Por qué, di, tanto gozo en la mañana?
Por que al oscurecer tanto pesar?
¿Por qué en tus ecos, lánguida campana,
haces así mi corazón rodar?
¡Ay! Cantas la esperanza en la alborada,
la fe sencilla del primer amor,
y en la noche las sombras de la nada,
desengaños y dudas y dolor.
Tal vez eres escala luminosa
por do se sube a la espléndida región:
tal vez eres la senda tenebrosa
que guía al ignorado panteón.
Paréceme en las noches mas oscuras
oír entre tus ecos de metal
unas palabras tímidas y puras,
perdidas en tu acento funeral.
Palabras de abandono y confianza,
blando perfume de inocencia y paz,
ideas de fantástica esperanza,
memorias de dulcísima amistad.
Memorias, sí, del malogrado amigo,
del malogrado amigo que perdí,
que repartía su placer conmigo,
y descargaba su amargura en mí.
Que desplegó mi corazón de niño,
como el alba las hojas de la flor,
y suavizó con maternal cariño
mis ideas de luto y de dolor.
¿Quién sabe si abandona su morada
cuando vas a cantar la última luz,
y cruzando la bóveda estrellada
mezcla a tu son el son de su laúd?
¿Quién sabe si hay un punto en el espacio,
de entrambos mundos eternal confín,
más alto que la cresta del palacio,
y postrer escalón del serafín?
……………………………………………
Tú eres campana, el punto misterioso;
sobre la tierra levantado estás,
y tú sin duda al celestial reposo
del espíritu amigo servirás.
Lanza tu voz, desplégala sonora,
pues que en ella le escucha mi pasión;
si es ilusión, campana bienhechora,
¡Ay! Déjame morir en mi ilusión:
Porque es triste perder el ser que amamos,
y los sueños con él perder también …
¿para qué averiguar si deliramos?
¿para qué razonar si obramos bien?
¡Ay! Es tan dulce al alma abandonarse,
y mecerse en memorias de placer,
y luego melancólica lanzarse
a buscar la esperanza en el no ser;
Que Dios sin duda te colgó en el viento,
como flor del perdido corazón,
cual llama, que el helado pensamiento
convierte en un aroma de oración.
Tú que me traes al rayar el día
vagos recuerdos de la bella edad,
y por la noche pálida y umbría
me muestras la confusa eternidad;
Tú que entre sombras y tiniebla vana
evocas una forma celestial…
¡Bendita seas, lúgubre campana!
¡Bendito, sí tu acento funeral!



Un recuerdo de los templarios

Yo vi en mi infancia descollar al viento
de un castillo feudal la altiva torre,
y medité sentado a su cimiento
sobre la edad que tan liviana corre.
Joven ya y pensativo y solitario,
la misma idea esclavizó mi mente,
y del desierto alcázar del templario
en los escollos recliné la frente.
Un tiempo vi de lustre y poderío
escrito en deleznables caracteres,
porque pasó el honor y antiguo brío
como liviana pompa de mujeres.
Pasó porque era puro y grande y noble,
y por eso escupió en su frente al mundo,
que de gloria y virtud corona doble
no sientan bien en su pantano inmundo.
De su pujanza y fama esclarecidas
algunas cruces quedan conservadas,
unas por las murallas esparcidas,
otras en las ruinas sepultadas.
También nos queda un cristalino río
que allá en su juventud azul y puro
velaba con vapores y rocío
el yerto pie de su gigante muro,
y que hoy, más generoso que los hombres,
enfrenta al paso su veloz corriente
en homenaje a los pasados nombres,
en homenaje a la pasada gente.
Esto queda y no más d ellos blasones
con que ornaron el mundo los templarios,
y la yedra y sus lúgubres festones
son hoy de sus cadáveres sudarios.
Pero flota en los mares de la muerte
como encantada nave su memoria,
porque es su nombre levantado y fuerte,
y colosal su portentosa historia.
Quizá sobre la losa de la tumba
se ostenta el mundo libre y generoso,
y la verdad sonora al fin retumba
en el silencio del final reposo.
Así dormid en paz, ¡oh caballeros!,
dormid en paz el sueño de la muerte,
graves y silenciosos y severos,
al amparo del mundo y de la suerte,
porque en el mundo fuisteis peregrinos,
y lúgubres pasasteis e ignorados,
y de nieblas vistieron los destinos
vuestro blasón de nobles y soldados.
No alcanzó el mundo su gigante altura
y os coronó la frente de mancilla …
Dormid en la callada sepultura,
paladines hidalgos de Castilla,
que tal vez por su noche tenebrosa
pasará el sol que iluminó esplendente
la templaria bandera victoriosa
que guarecía la invencible gente.
Grandes y puros fuisteis en la vida,
grandes también os guardará la huesa,
porque es para una raza esclarecida
mágico prisma su tiniebla espesa.
Bien estáis en la tumba, los templarios,
porque si abrierais los oscuros ojos,
y otra vez por el mundo solitarios
de la vida arrastraseis los enojos,
tanto el baldón y mengua y desventura
vierais en él, y tanta hipocresía,
que la seca pupila en su amargura
otra vez a la luz se cerraría.
No parece sino que con vosotros
todo el honor y lealtad llevasteis;
no parece sino que con nosotros
todo el oprobio y vanidad dejasteis,
porque en el día irónicos y secos
y menguados arrástranse los hombres
para llenar sus corazones huecos
del oropel mentido de sus nombres.
Pasó la fe y con ella la inocencia,
y el candor que doraba vuestros años;
pasó la dulce flor de la existencia
cual pasa la niñez con sus engaños.
Hoy las ideas de entusiasmo y gloria
ceden el puesto a viles intereses
y crecen en el campo de la historia
sobre la tumba del honor cipreses.
Y todo sentimiento generoso
vilipendiado rueda por el suelo,
y la fuerza, cual bárbaro coloso,
vela del mundo el funeral desvelo.
En vez del corazón la mente late,
tibia la sangre y pálida circula;
si un rey a su nación lleva al combate,
sobre la muerte y destrucción calcula.
¿Dó están vuestros escudos, caballeros,
la lanza que en los aires rielaba,
los vistosos pendones tan ligeros
que el moribundo sol tornasolaba?
¿Adónde fueron las templarias cruces
que un día vio Jerusalem divina,
y que bañaban con cambiantes luces
la arena de la ardiente Palestina?
¿Dó está el batir sonoro de las palmas
de tantos melancólicos cautivos
que por merced de sus sublimes almas
vían del sol los resplandores vivos?
¿Dónde encuentran amparo las mujeres?
El huérfano, ¿dó encuentra valedores?
¿Dó la cabeza los dolientes seres
reclinan por descanso a sus dolores?
Poblada soledad es hoy el mundo,
pantano que abril viste de guirnaldas,
abismo melancólico y profundo
coronado de aromas y esmeraldas.
Por eso vuestras palmas y laureles
silbó con su raquítica garganta,
y amontonó mentiras y oropeles
para borrar vuestra soberbia planta.
Para baldón y vergüenza
la juventud hoy comienza
do paró vuestra vejez,
más, ¡ah! que en nosotros falta
vuestra hidalguía tan alta
y fama y valor y prez;
y falta vuestra inocencia
y pundonor, y creencia
y religiosa piedad,
y vaga el hombre inseguro
por el crepúsculo oscuro
de la duda y vanidad;
y no hay estrella en sus mares
ni esperanza en sus cantares
ni en su mente porvenir,
porque el mundo que le engaña
en su corazón empaña
el espejo del sentir.
Que en la juventud florida,
bella y desapercibida,
el ánima virginal
en busca va de los hombres,
fascinada con sus nombres
y su apariencia leal;
y ángeles ve en las mujeres,
y amor y luz y placeres
en la senda del vivir,
y por su mágico prisma
mira el mundo que se abisma,
y piensa que va a dormir;
y entonces, fuertes caudillos,
vuestros ánimos sencillos
el alma comprende y ve,
como en mi dorada infancia
vuestra gótica arrogancia
cándido y puro alcancé.
Mas, ¡ay de mí!, los paisajes,
los cambiantes y celajes
de la rica juventud
son no más lánguidos sones
que arrancan los aquilones
de un amoroso laúd,
porque llega el desencanto
en las noches de quebranto,
y con su mano glacial
descorre,
triste y severo,
el pabellón hechicero,
fantástico y celestial
de la vida engañadora
que con falsa lumbre dora
las nieblas del porvenir,
y como encantado velo
sobre nosotros un cielo
despliega de oro y zafir.
¡Pobres dichas juveniles
tan lozanas y gentiles,
de tan suave y puro albor!
¿Por qué sois mentira sólo
y encubridoras del dolo
del universo traidor?
¿Por qué la edad de pureza,
de pasión y belleza
nos ha de engañar también,
y robarnos el sosiego,
y con su aliento de fuego
quemar la cándida sien?
¡Ay!, cuando encantados,
náufragos y derrotados,
pisamos la orilla, al fin,
de sus mares turbulentos
con celajes macilentos
en su nublado confín,
sin amor, sin esperanza,
ni gloria ni bienandanza,
que allá en su seno se hundió,
y en lugar de su hermosura,
y en lugar de la ventura,
que la juventud soñó,
vemos arenal tendido
y pálido y desabrido
que es forzoso atravesar,
sin árboles ni verdura,
sin una corriente pura
donde la sed apagar.
¿Qué es lo que entonces encierra
la desnuda y seca tierra
de esperanza y placer?
¿Qué visiones luminosas,
infantiles y vistosas
pueden, ¡ay!, aparecer?
Aparecen amarillos,
sin fosos y sin rastrillos,
centinelas ni pendón,
vuestros alcázares nobles
con reminiscencias dobles
de hidalguía y religión;
monumentos inmortales
que envueltos en los cendales
de verde yedra se ven,
islas que en el mar de olvido
con ademán atrevido
levantan la antigua sien.
Maravillosas historias
y magníficas memorias
quedan y templaria cruz,
que despiertan las campanas,
melancólicas o vanas,
que cantan la última luz.
Y entonces el alma sueña
con una voz halagüeña
entre el ruido mundanal,
por más que sea muy triste
ver que solamente existe
en la noche sepulcral.



Niebla

Recuerdos de la infancia
Niebla pálida y sutil
que en alas vas de los vientos,
no así callada y sombría
desaparezcas a lo lejos,
en pos de ti correré ,
sin vagar y sin sosiego,
porque está sedienta el alma
de tus sombras y misterios.
Acuérdate, engañadora,
del inocente embeleso
con que, niño embebecido,
contemplaba tu silencio,
por si en él resonaban
perdidos y blancos ecos
de las arpas melodiosas
de las magas de los cuentos.
Crédulo entonces y puro
rasgar intenté tu velo,
pensando que me ocultaba
sus palacios hechiceros,
sus fantásticos pensiles,
sus músicas y torneos,
y los flotantes penachos
de encantados caballeros.
Rasgada en pedazos mil,
cual perdido pensamiento,
te vi envolver cuidadosa
y con solicito anhelo
las almenas carcomidas
del alcázar, que en un tiempo
escándalo fue del mundo
por su pompa y devaneos
sin ver que era vano afán
y descabellado intento
velar sus rotos blasones
y su mutilados fueros
con tu liviano ropaje,
y más liviano deseo;
y con todo alguna vez
el sol te daba contento
reverberando apacible
del torreón altanero
en el musgo húmedo y triste;
roja chispa de su fuego,
que después tú disfrazabas
hasta mentir el reflejo
de perfilada armadura
de rutilante yelmo.
¡Cuántas veces me engañaste
con dolosos sortilegios,
haciéndome atropellar,
desapoderado y ciego,
las ruinas del castillo,
cándido infante, creyendo
mirar de pie en su poterna
membrudo y alto guerrero
como lúgubre guardián
de la prez de sus abuelos!
¡Cuántas veces ¡ay! Mis lágrimas
por tus mentiras corrieron
al ver que mi fantasía
y mi dulcísimo ensueño
tornábase en mis manos
manojo de musgo seco,
que en vagas ondulaciones
flotaba a merced del viento!
Y a la verdad no era mucho
que el sol oyera tu ruego;
porque nunca le engañaste
para mostrarte severo:
y, a pesar de tus engaños,
yo te adoraba en extremo.
Y aún te adoro, parda niebla,
porque excitas en mi pecho
memorias de bellos días
y purísimos recuerdos;
porque hay fadas invisibles
en el vapor de tu seno,
y porque en ti siempre hallé
blando solaz a mi duelo.
¡Ay del que pasó la infancia
a sus ilusiones muerto!
¡Ay de la flor que fragancia
consume y pura elegancia
en apartado desierto!
¡Ay del corazón de niño
que se abrió sin vacilar,
sin reserva y sin aliño,
pidiendo al mundo cariño,
y no lo pudo encontrar!
Niebla que fuiste mi amor
y de mi infantil desvelo
amparo consolador,
que sola bajo el cielo
comprendías mi dolor;
¡Qué mucho que yo te amara,
yo, desterrado del mundo,
que en ti perdido vagara,
y a ti sola confiara
mi desamparo profundo!
Tú a mi espíritu algún día
dabas tus húmedas alas,
y, demente de alegría,
el vago viento corría
descomponiendo tus galas.
Cuando, en el llano tendida,
los contornos de los montes
ocultabas atrevida,
fingiendo en los horizontes
vaga mar desconocida;
y de la verde montaña,
que asomaba la cabeza
con altiva gentileza,
isla formabas extraña
de delicada belleza:
bogaba la fantasía
por tu misteriosos mar,
y en su ignorancia creía
la virgen isla lugar
de ventura y alegría.
Y crédula soñaba
puerto en la vida seguro,
y desde allí imaginaba
un porvenir que llegaba
sereno, radiante y puro.
En tu piélago tal vez
de gótica catedral
la fábrica colosal
flotaba con altivez,
fortaleza feudal.
Y el ánima embebecida
en entrambas se fijaba.
Y ya la veleta erguida,
ya la almena esclarecida
solitaria acompañaba.
Que en los mares de ella edad
no flotan, no, de otra suerte
mundana pompa y beldad,
hasta que en la oscuridad
relumbra el sol de la muerte.
Todo confuso y borrado
en tu seno aparecía,
vaporoso y nacarado
y en celajes mil velado
como luna en noche umbría.
Y la mente virginal
que sólo a ver alcanzaba
las rosas en el zarzal
y otros vientos no soñaba
que la brisa matinal;
Tus enigmas resolvía
a favor de la inocencia,
y calma tan sólo veía,
y solamente escondía
amor sin fin y creencia.
Que hay una edad placentera
de vistosos arreboles,
pura como azul esfera,
de espléndida primavera
y mágicos tornasoles.
En que se goza el dichoso
porque en la dicha confía,
en que se goza el lloroso
viendo fanal luminoso
allá en el bruma sombría.
De pura nieve y carmín
formada está el alma nueva:
no es mucho, pues, que se atreva
con el destino, y que beba
en las copas del festín.
Vaga niebla sin color,
no es mucho que vea en ti
serenas noches de amor,
labios de ardiente rubí
y verdes prados en flor.
No es mucho; porque ilusiones
de tan vistoso jaéz
pasan tan sólo una vez
para velar sus blasones
en perpetua lobreguez.
Su blanca luz placentera
brilla un instante no más,
y en la amorosa carrera
de juventud hechicera
no vuelve a lucir jamás.
Niebla, ya no puedo ver
en tu misteriosos espejo
los vergeles del placer,
que el corazón está viejo
de quebranto y padecer.
Pasó mi infancia muy triste,
más pasa mi juventud;
que entonces tú me acogiste,
y hoy mi ventura consiste
en la paz del ataúd.
Mas, ya que has sido mi amor,
envuélveme con tu velo,
dame sombras y consuelo,
que tú sola mi dolor
has comprendido en el suelo.

No comments: